Siempre había sido conocida por su cabello: increíblemente largo, sedoso y cayendo por su espalda como una cascada oscura. Las puntas brillaban tenuemente con un suave tono verde, una pequeña rebeldía que ella misma añadió una noche tranquila de verano con un poco de tinte.
Durante años, ese cabello había sido parte de su identidad. La gente la reconocía por él. La elogiaban por él. La envidiaban por él.

Pero un día, se miró al espejo y ya no se sintió como esa chica. El peso de su cabello de repente se sintió como el peso de todo lo que quería dejar atrás. Sin pensarlo demasiado, entró en un pequeño salón, se sentó en la silla y susurró: “Córtalo todo”.
La estilista dudó. “¿Estás segura?”
Ella asintió.
El primer corte sonó más fuerte de lo esperado. Con cada tijeretazo, mechones de cabello caían al suelo: oscuros, brillantes y cargados de años de recuerdos. Cuando el último mechón cayó, el reflejo que la miraba no le resultaba familiar. Su rostro estaba completamente visible ahora: sus ojos más brillantes, su sonrisa más libre, su postura más ligera.
Por un segundo, no se reconoció. Luego entendió que ese era el propósito.
Cuando salió, el viento besó la parte posterior de su cuello y sintió algo que no había sentido en mucho tiempo: libertad.

Nadie esperaba un cambio tan drástico. Y cuando la vieron, se quedaron con la boca abierta.






